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El Fantasma de Quiroga

by Mauro Leone | PH: Mauro Leone

Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte. Quien pudo haber sido el protagonista de la organización nacional, murió asesinado en los caminos del norte cordobés. Muchas veces terco, muchas veces advertido de la emboscada.

Decían que Quiroga era enorme, que cabalgaba día y noche; soldado infernal y fantasma. Decían que podía luchar en dos lugares al mismo tiempo y que El Moro, su caballo, le dictaba las estrategias para la batalla. Había demostrado valentía en actos que rayaban la demencia. El general entraba solo al campamento enemigo, irrumpía entre soldados unitarios y los convencía de dar la vida por él y la causa federal. Bravísimo. No conocía el miedo; no había quién lo parara de manos.

En 1730, el mito de Quiroga estaba esparcido por la patria y su presencia era peligrosa para propios y ajenos. No le temía a nadie pero, sin embargo, todos conspiraban en su contra. En la propiedad de los hermanos Reynafé, en Tulumba, se tramó el plan para darle muerte. He dormido en esa casa lo suficiente como para escuchar sus rumores. Dicen que el Capitán Santos Pérez recibió allí las órdenes;  cerrarle el camino, robarle y matarlo.

Quiroga va entrando a Córdoba por el extremo norte. En la posta de Ojo de Agua le anuncian que lo iban a matar, que hay una partida de treinta hombres preparada, que no vaya general, los caminos son traicioneros y la noche no ayuda. Pero Quiroga no escucha a nadie. Por el Camino Real, los gauchos se acercan para verlo pasar, terco y veloz, oliendo a tragedia, como si lo persiguiera el diablo. Vaya con Dios, fantasma.

Atraviesa las postas y  casi no frena; Pozo del TigreSan Francisco del ChañarLas Piedritas. Apenas se baja, los mira a todos, los trata de cagones; que no ha nacido aún el que lo mate, a cabalgar, carajo. Pocos kilómetros más adelante, en Barranca Yaco, Santos Pérez lo espera con un  grupo de gauchos. A ninguno se le dijo que la víctima es Quiroga, no quieren que se acobarden.

Escondidos en el monte, ven llegar el polvo que envuelve la tropilla. El Capitán Santos Pérez le corta el paso, grita como un loco, valiente de miedo; Quiroga sale de la galera, inmenso y temerario, -“Quién manda esta partida?” pregunta a los gritos y recibe como respuesta una bala precisa en el ojo izquierdo. Cae muerto de inmediato.

Santos Pérez está eufórico, desmesurado. Lastiman el cadáver de Quiroga para asegurase que esté muerto, matan a su secretario y se llevan a los soldados monte adentro, tirados por caballos, para matarlos a todos, cebados por la sangre. Al final ni se hablan entre sí, están cansados. Borran las huellas de sangre cubriéndolas con barro.

Los cuerpos quedaron tirados ahí hasta que alguien los encontró y los llevó a la siguiente posta; Sinsacate. Allí fueron cristianamente velados mientras la noticia estallaba estremeciendo a todos. La crueldad de Barranca Yaco fue solo el prólogo de lo que vino después. Se desencadenó un infierno llamado Rosas y todos murieron torturados,  perseguidos y ahorcados en la plaza pública. La sangre con sangre se paga.

Luis Galiano, un viejo historiador de Tulumba, sonreía estrábico junto al algarrobo de los Reynafé–“El que tiene el dato verdadero, es éste” me decía señalando el árbol. Lo que Luis estaba diciendo es que la historia está más cerca de lo que se cree; los parajes y los caminos tienen ecos del pasado.

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