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Intiyaco, Aguas de sol

by Melina Alzogaray | PH: Destinos & Hoteles

Hay que conocer Intiyaco. Este caserío espolvoreado en los márgenes del río Los Reartes merece ser visitado y disfrutado por el viajero serrano.

Surfeando la ruta podrá observar a lo lejos las montañas sembradas de vida; y al cruzar el puente de Intiyaco sentirá inmediatamente el cambio: un poderoso portal que le permite sumergirse en el corazón del bosque de pinos y frutales. Una vez adentro mueren los relojes y se puede apreciar el trabajo que esculpió la naturaleza en cada rincón: su fuerza se expresa nítidamente al ver borrosas las huellas de los incendios y la bravura con la que el verde volvió a recuperar su vitalidad.

El río con sus aguas cristalinas se asemeja a un collar de ámbar que hilvana playas, cascadas y esculturas en piedra que en cada curva sorprenden al caminante. Abundante agua a los pies de las montañas que, con su rugido, invita también al movimiento de los corazones. Una vibración milenaria. Intiyaco propone el silencio, la contemplación que lo confronta con la agitada rutina de la ciudad y le recuerda que no hace falta hacer nada; es en esa nada donde anida toda la belleza.

Es una región de leyendas, mitos y fábulas donde personajes impensados se reúnen en sus sueños con distintos argumentos. Cuentan los que saben que el cauce del río se fue formando por el ir y venir de una gran serpiente, una enorme yarará que buscaba a su pareja. Finalmente se encontró con una piedra tibia y así nació el amor; el fruto de su cópula fue un caudal de agua infinita, mansa e incansable. El río será pues, el anfitrión y la brújula en la aventura del viajero.

Aguas doradas por el sol, se las reconoce por el reflejo áureo de su fondo pedregoso que refracta en la superficie; un llamado a sumergirse, un ritual que el visitante no olvidará. Tan negra es la noche que cada luz será incandescente. El río no calla pero duerme, como todo lo demás. Se habla de los duendes que, disfrazados de zorros y zorrinos, salen de sus refugios; dueños de laderas y pampillas se comunican de una montaña a otra y saben cómo besar la luna. Luciérnagas que con su vuelo pintan su propio cielo.

Son las ninfas guardianas del viñedo escondido, y una vez al año se reúnen dando aviso de la madurez de las uvas y alentando la recolección, por lo que debe alertarse que hay viñas en los márgenes del río. Zorros, chuñas, liebres, patos silvestres, truchas, vizcachas, aves y lugareños se dejan llevar a la cosecha e imaginan colectivamente el espíritu del próximo néctar. Todos trabajan el día de la vendimia porque saben que el sabor de las uvas será cada año mejor, como una pócima destinada a burbujear felicidad, placer y bondad.

Una cabaña de madera en medio de la montaña inspira a nítidas conversaciones sobre la vida y las experiencias, sobre el encuentro con los otros y el abrazo a la naturaleza; un lugar para tomar grandes decisiones, para desarrollar la creatividad, para pedir deseos y para amar en todos los puntos cardinales. Así es Intiyaco, sólo hay que permitirse contemplar.

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