





Experiencia Iruya
Ante todo, contemplar. Cada detalle, cada gesto. Son otros escenarios, terriblemente atractivos para espíritus curiosos.
El paisaje que condiciona la rutina; los sabores de la mañana; comunicación vecinal por radio parlante; un cementerio que habla más de celebración y colores, que de tristeza… todo amerita tiempo de observación. Después, déjese llevar por el camino. Sus calles de piedras empinadas son el escenario ideal para cualquier fotografía. Casas de adobe, piedra y paja, sus siestas invisibles y la intensa tranquilidad de su gente, dan cuenta de la identidad del lugar: un pueblo donde el paso del tiempo se detuvo o, por lo menos, corre más lento.
El movimiento en este escondido poblado gira en torno al almacén, a la llegada de colectivos con –cada vez más- turistas, un par de comedores y algunas coplas que saben decorar la noche. El resto es silencio y paisaje. Los alrededores de Iruya son igualmente atractivos y particulares. Una opción es subir más cerca del cielo, hasta llegar a miradores desde donde contemplar la pintoresca aldea. También hay senderos que invitan el paseo (siempre antes consulte el estado del camino, ya que a veces no se puede llegar a destino); uno de ellos es ir bordeando el río hasta llegar al, aún más recóndito, pueblo de San Isidro, sea a cabalgata o al cabo de 3hs de caminata. Allí aguardan deliciosos platos típicos, luego de lo cual se puede indagar el arte del telar o caminar un poco más para un atractivo avistaje de cóndores. Al regreso, no se pierda una vez más de seguir disfrutando la paz de Iruya. Es, sin dudas, el mejor capital que traerá de vuelta.